lunes, 25 de abril de 2011

10. POR LA JUSTICIA A LA PAZ (Is 11,1-9)



Otro gran poema monárquico es 11,1-9. Se divide fácilmente en dos partes (1-5 y 6-9), que se acostumbran atribuir a distintos autores; pero forman un hermoso díptico y sería injusto desmembrarlo.

1 Saldrá un renuevo del tocón de Jesé, Anónimo s.XV, El árbol de Jesé
y de su raíz brotará un vástago.
2 Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de prudencia y sabiduría,
espíritu de consejo y valentía,
espíritu de conocimiento y respeto del Señor.
3 No juzgará por apariencias
ni sentenciará sólo de oídas;
4 juzgará a los pobres con justicia,
con rectitud a los desamparados.
Ejecutará al violento con la vara de su boca,
y al malvado con el aliento de sus labios.
5 La justicia será cinturón de sus lomos
y la lealtad cinturón de sus caderas.

6 Habitará el lobo con el cordero, Raoul Vitale, Reino de paz
la pantera se tumbará con el cabrito,
el novillo y el león pacerán juntos:
un muchacho pequeño los pastorea.
7 La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas;
el león comerá paja con el buey.
8 El niño jugará en la hura del áspid,
la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.
9 No harán daño ni estrago por todo mi Monte Santo:
porque está lleno el país del conocimiento del Señor,
como las aguas colman el mar.


Diversos artistas se han ocupado durante siglos de este poema, aunque fijándose en aspectos concretos, sin advertir la unidad de las partes. Aunque literariamente lo dividimos en dos secciones, pictóricamente habría que desarrollarlo en un tríptico, que se leyese o viese de izquierda a derecha.

La tabla de la izquierda debería representar un bosque talado, suelo lleno de ramas muertas, fondo oscuro; en primer plano, un tronco más grueso e importante, también cortado casi a ras de tierra, del que brota, como único signo de esperanza, un renuevo. El pintor medieval, con su pedagógica ingenuidad, habría orlado este tronco con una sola palabra: "Jesé".

La tabla central nos traslada a años más tarde. El renuevo de Jesé ha olvidado su condición vegetal para convertirse en un rey majestuoso. Podemos imaginarlo sentado en su trono. Sobre él, el espíritu del Señor le envía sus dones. ¿Cómo lo representaría el pintor? ¿Con lenguas de fuego, como sugiere Lucas? ¿Como una paloma de la que irradian seis rayos? Dejémosle libertad de elegir. Una vez más, recurrirá a sus queridas orlas para dejar claros los dones que el Espíritu da al rey: prudencia, sabiduría, consejo, valentía, conocimiento, respeto del Señor. Quizá, inspirado por la Vulgata, quiera redondear el número de siete. Pero obliguemos a nuestro pintor a atenerse al texto hebreo. Muy importante es lo que debe representar al pie del trono. Dos grupos de personas muy distintos. Pobres y desamparados; gente violenta y malvada. El artista dejará intuir que el rey reprime duramente a los segundos para juzgar rectamente a los primeros.
Marc Chagall, Reino de paz
La tabla de la derecha representa el fruto de esa recta administración de la justicia: el mundo se convierte en un paraiso. El pintor puede explayarse. Nada más atrayente que dibujar multitud de animales en medio de verdes prados y montañas que se alejan en el horizonte. Sólo una cosa deberá tener presen¬te. Tendrá que colocar juntos parejas de animales fuertes y débiles, sangrientos y temerosos, conviviendo sin sobresaltos: el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo con el león, la vaca con el oso, otro león con el buey. Y un niño jugando con la serpiente, metiendo la mano en su escondrijo.

Explico las imágenes anteriores. El poema arranca hablando de un renuevo que brota del tocón de Jesé. Esta imagen sólo podemos captarla en todo su contenido si recordamos los versos anteriores (10,33-34). Dios se ha situado frente al bosque de Judá, ha desgajado el ramaje, derribó los troncos corpulentos, cortó con el hacha la espesura. Los árboles cayeron uno a uno, sin vida, como imagen potente de la destrucción de Judá y de sus instituciones. Pero en esta naturaleza muerta reverdece la vida. Del tocón de Jesé, sepultado hace siglos, brotará un vástago. Estas imágenes vegetales aluden aparentemente a la "semilla santa" de 6,13. Pero lo importante no es el simple renacer de la vida, sino el que esa vida está impregnada por el Espíritu de Dios. En tres binas se describen las cualidades del jefe futuro: prudencia y sabiduría, consejo y valentía, conocimiento y respeto del Señor. Las dos primeras presentan, con palabras casi idénti¬cas, las mismas cualidades indicadas por los nombres de 9,5. La última bina parece situarnos en un ámbito distinto, más íntimo, de relación personal entre el rey y Dios: "espíritu de conocimiento y respeto del Señor". Sin embargo, más que caer en una interpretación intimista, debemos relacionar esta afirmación con lo que sigue. En numerosos textos bíblicos, el conocimiento de Dios se manifiesta expresamente en la práctica de la justicia en favor de los más débiles. Y eso es lo que dicen los vv.3-5. Aquí el problema no es internacional; el enemigo no es una potencia invasora, como ocurría en 9,1-6. Lo que disturba al pueblo de Dios es la presencia de malvados y violentos, opresores de los pobres y desamparados. El rey, cumpliendo el ideal propuesto por el Sal 72, dedicará todo su esfuerzo a la superación de estas injusticias.

Y se da por supuesto que tendrá éxito, consiguiendo reim¬plantar en la tierra una situación paradisíaca. Es lo que afirman los versos 6-9, utilizando imágenes del mundo animal. Estos versos van creando heterogéneas parejas de animales fuertes y débiles (lobo-cordero, pantera-cabrito, novillo-león) en los que desaparece toda agresividad. Porque nos encontramos en el paraíso, y todos los animales aceptan una modesta dieta vegetariana ("el león comerá paja con el buey"), como proponía el ideal de Gn 1,30. Y como ejemplo admirable de la unión y concordia entre todos aparece ese pastor infantil de lobos, panteras y leones, además de ese niño que introduce la mano en el escondite de la serpiente. El miedo, la violencia, desaparecen de la tierra. Es lo que quiere decir el poeta con estas imágenes mitológicas. Y todo ello gracias a que "está lleno el país del conocimiento del Señor". Un don nuevo, inimaginable, en enérgico contraste con el de un pueblo que no entiende ni conoce (6,9-10). Es incluso una superación del paraíso. Porque ahora no habrá que anhelar comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Hay una ciencia más profunda, el conocimiento de Dios, y ésa no queda recluida dentro de unos límites prohibidos; inunda la tierra como las aguas inundan el mar.

Este poema (11,1-9) difiere en puntos importantes del anterior (9,1-6). Ante todo, porque la monarquía parece no existir ya. Se da por supuesto que la dinastía davídica ha sido talada, aunque se prometa su continuidad en un futuro. Esto nos sitúa en la época posterior al año 586. Quizá la esperanza de restauración fuese formulada durante el exilio o en los años finales del siglo VI, durante el gobierno de Zorobabel. Por otra parte, este poema no se centra tanto en la obra portentosa de Dios cuanto en la aportación del soberano a un mundo más justo. Y su obra se limita exclusivamente a la administración de la justicia. Leyendo este poema en el trasfondo de los capítulo 6-12 podemos considerarlo el desarrollo y culminación de la idea expuesta en 9,6: tras la desaparición de la guerra y del invasor, lo único importante es que no existan nuevas víctimas de una violencia interna.

Se impone de nuevo la pregunta: ¿habla el profeta de un rey histórico concreto o de un excelso personaje futuro? Gressmann, uno de los mayores defensores de la segunda opinión, se expresa del modo siguiente: "Este Mesías es un semidiós. Inspirado por el Espíritu de Yahvé, posee una ciencia y un poder divinos. Mientras el juez humano decide por lo que ve y oye, el Mesías se halla por encima de eso; penetra directamente los corazones de los hombres, como Dios, y su sentencia es infalible. No precisa cetro, ni guardias, ni verdugo para que se cumplan sus decisiones; basta una palabra de su boca para acabar con el malvado. El príncipe humano se ciñe la cintura con la espada o "abstractum pro concreto) de valor; por el contrario, las armas del Mesías son la fidelidad y la justicia" (Der Messias, 247). En la misma línea escribe Feuillet: "Este príncipe del que habla Isaías difiere mucho de los reyes ordinarios (...) su reino provoca la conversión moral de la humanidad (...) se trata de una vuelta a la inocencia y a la armonía perfectas" (Le messianisme, 226).

Sin embargo, de nuevo debemos recordar el lenguaje cortesano, inspirado en la ideología sobre la monarquía sacral. Todo esto podía decirse, de hecho se decía, de un rey cualquiera. La gran aportación de este texto es que acentúa el compromiso del rey futuro con la administración de la justicia, igual que el Salmo 72. No tiene nada de raro que el Salmo 17 de Salomón, al esbozar la imagen del descendiente de David, le dé tanta importancia a este tema.

En cambio, los autores del Nuevo Testamento casi no citan este poema. 2 Tes 2,8 aplica Is 11,4 a la victoria escatológica de Jesús sobre el "impío". Las otras pretendidas alusiones son muy vagas y discutibles. Tampoco esto debe extrañarnos. La actividad de Jesús no se adecuaba a la descripción que ofrece el poema. Él no actuó como monarca que reprime a los violentos y salva a los débiles. Incluso fue víctima de un tribunal injusto. Con sus palabras y sus obras no trajo el paraiso a la tierra: el lobo sigue devorando al cordero y el león no se ha vuelto vegeta¬riano.

Franz Delitzsch, refiriéndose a los poemas que hemos estudiado hasta ahora (Is 7,10-17; 9,1-6 y 11,1-9) hablaba de "la gran trilogía de las profecías mesiánicas" (Messianische Weissagungen, 96). Esta opinión, compartida gustosamente por tantos autores católicos, olvida un hecho esencial: sólo el oráculo de Emmanuel es considerado por Mateo auténtica profecía mesiánica. De los otros dos sólo se recogen datos secundarios o la idea básica, alentada por tantos otros textos, de que el Mesías sería un descendiente de David.

09. EL PRÍNCIPE DE LA PAZ (Is 8,23b-9,6)



Probablemente, es también en tiempos de Josías cuando se compone este texto, dedicado a la ceremonia de su entronización.

En otro tiempo humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. Annie Vallotton, El pueblo que caminaba en tinieblas


1 El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz intensa;
habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló.
2 Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: G. F. Watts, El pueblo que caminaba en tinieblas
se gozan en tu presencia como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.
3 Porque la vara del opresor, el yugo de su carga,
el bastón de su hombro,
los quebrantaste como el día de Madián.
4 Porque la bota que pisa con estrépito
y la capa empapada en sangre
serán combustible, pasto del fuego.
5 Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado:
lleva al hombro el principado, y es su nombre:
Maravilla de consejero, Dios guerrero,
Padre perpetuo, Príncipe de la paz.
6 Para dilatar el principado, con una paz sin límites,
sobre el trono de David y sobre su reino.
Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho,
desde ahora y por siempre.
El celo del Señor lo realizará
(8,23b-9,6).

El mejor comentario a este texto lo escribió un alemán del siglo XVIII. Su profesión no era la exégesis, sino la música. En el número 12 de El Mesías, Händel hace entonar al coro el verso 5 (For unto us a child is born...) en una fuga admirable que deja paso al unísono grandioso de los nombres (Wonderfull!, Counsellor!...). Sólo esta hermosa música es un comentario digno a estas bellas palabras. El exegeta moderno tiene que contentarse con algo más trivial. Pobres palabras, que ayuden al lector a entender mejor lo que dice el poeta.

Si tenemos en cuenta el género literario, advertimos que no se trata del anuncio de algo futuro, sino de un "canto de acción de gracias" por algo ya ocurrido. A esto se opone la interpreta­ción cristiana tradicional, que considera este texto un anuncio del nacimiento de Jesús. Pero no debemos dejarnos arrastrar por prejuicios. Como indica Mowinckel: "Si leemos el texto de Is 9,1-6 tal cual ha llegado hasta nosotros, sin pensar en la interpre­tación cristiana tradicional, tenemos la impresión inmediata de que expone algo ya sucedido. Es el nacimiento de un príncipe en Jerusalén lo que ha ocasionado esta promesa" (El que ha de venir, 120).

Con este presupuesto, la liberación del yugo asirio, el fin de la guerra, la estabilidad de la dinastía davídica (con preten­siones incluso a los territorios del norte) nos proyectan inevi­tablemente a la época de Josías (640-609), un siglo después de Isaías. Pienso que llevan razón Barth, Vermeylen y otros muchos cuando consideran este poema un canto de acción de gracias pronunciado con motivo de la entronización de este rey, en el que depositaron los judíos tantas esperanzas. Sin entrar en un análisis detenido de este excelente poema, indiquemos algunos detalles.

El oráculo comienza en prosa (8,23b), hablando de los territorios asolados por Tiglatpileser III durante su campaña del año 733. El poeta parece referirse a las primeras incursiones, cuando "el rey de Asiria se apoderó de Iyón, Prado de Casa Maacá, Yanoj, Cades, Jasor, Galilea y toda la región de Neftalí" (2 Re 15,29). Con un atlas delante se advierte el avance incontenible de los asirios en dirección norte-sur. Es el primer paso en un proceso de derrota y humillación nacional para Israel.

Y así vivieron durante muchos años, caminando en tinieblas y habitando tierra de sombras. Es como la vuelta al caos primitivo, indica Procksch. O como el descenso al seol, al lugar de las sombras. Vida inerme, oscuridad sin esperanza. De repente, se produce el cambio prodigioso e inesperado: brilla una luz que lo inunda todo de alegría, semejante a la que se experimenta cuando llega la siega o se reparte el botín. A continuación se explican las causas de este gozo. Son tres, introducidas siempre por "porque" (): el fin de la opresión (v.3), el fin de la guerra (v.4) y el nacimiento/entronización del príncipe (v.5-6).

Quienes estamos acostumbrados a centrar desde el comienzo nuestra atención en el niño debemos volver la vista atrás para captar un detalle importante. El gran protagonista de toda la historia, del castigo y la alegría, de la sombra y la luz, es Dios. Fue Él quien "humilló" en tiempos pasados (8,23), es Él quien "ensalza" en el presente, quien aumenta el gozo y quebranta al opresor como el día de la batalla contra Madián. Hay que recordar el relato de Jue 7 para captar a fondo esta alusión: la estrategia nocturna, el deslumbrar repentino de las antorchas, el sonar de las trompetas y del grito de guerra. A esto se limita la actividad humana. El auténtico salvador es el Señor, que infunde un pánico sagrado en los enemigos y hace que se aniquilen entre sí. Igual ocurrirá ahora. Como en un nuevo prodigio, Dios libera a su pueblo de un adversario mucho más peligroso y cruel, que ha hecho pesar sobre el pueblo "su vara", "su yugo" y "su bastón". Tres sustantivos que desvelan la humillación y la angustia del pasado. Y un verbo, "quebrantaste", que reduce a astillas todos los símbolos de la opresión. Una pira gigantesca consumirá incluso los últimos vestigios Cbotas y mantosC de los invasores.

Pero toda esta alegría sería transitoria si no hubiese un tercer motivo, el más importante de todos: "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado". Estas palabras recuerdan espon­táneamente el nacimiento físico del príncipe. Pero no olvidemos que, en el momento de la entronización, Dios dice al rey: "Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy" (Sal 2,7). Por consiguien­te, es muy probable que el profeta no piense en el nacimiento, sino en la entronización. Si nuestra aplicación a Josías es válida, se comprende perfectamente todo esto. Comenzó a reinar cuando sólo tenía ocho años (2 Re 22,1), y durante su minoría de edad se puso en marcha un proceso de independencia político-religiosa con respecto a Asiria. No sería extraño que su entroni­zación oficial, al llegar la mayoría de edad, se celebrase con especial entusiasmo.

De acuerdo con el ceremonial, el rito de la coronación implicaba diversos actos: imposición de las insignias, unción, aclamación, entronización, homenaje; en ciertos casos se daba un cambio de nombre o, de acuerdo con el ceremonial egipcio, la imposición de ciertos nombres que reflejaban las esperanzas depositadas en el nuevo rey. El autor de nuestro texto no ha querido detenerse en todos ellos. Tras mencionar la imposición de las insignias ("lleva el hombro el principado", que unos inter­pretan como el cetro y otros refieren al manto regio), centra su atención en los nombres del príncipe. Mucho se ha debatido sobre ellos, desde el número hasta el significado, para terminar con el gran problema de si convienen a un rey humano o si nos hablan de un ser divino.

Unas palabras de Alonso Schökel nos ayudarán a no perdernos en la maraña de las interpretacio­nes: "Los nombres tienen una amplitud y una trascendencia excepcionales: son cuatro oficios, *consejero, guerrero, padre, príncipe+, cada uno con una nota adjetival más o menos divina *milagro, Dios, eterno, pacífico". No basta para entender el nombre analizar uno a uno sus componen­tes, porque el sentido es cumulativo y no se reduce a mera suma; es una densa y comprensiva unidad que se va desdoblando en facetas y que debemos esforzarnos por abarcar en unidad, en resonancia de acorde perfecto, algo así como "consejero y guerre­ro, príncipe y padre; una paz sempiterna, milagro divino". Notemos que el ritmo unifica la serie de nombres (...), notemos que la sintaxis crea una unidad cerrada de quiasmo (adjetivo-nombre; adj-nom; nom-adj; nom-adj), que el paralelismo no antité­tico tiende a fundir más que a definir contornos (...), finalmen­te notemos que es un niño quien sustenta y unifica esa serie, no como cuatro nombres, sino como un nombre cuádruple" (Dos poemas a la paz, 157).

¿Se refieren estos nombres a un rey humano o a un salvador divino futuro? Nos inclinamos por lo primero. Ya hemos indicado que todo el poema da por supuesto el nacimiento y entronización del príncipe, la liberación de los asirios, la irrupción de la luz y la alegría. No es un anuncio de la venida de Jesús, sino una acción de gracias por Josías. El que se le atribuyan títulos tan excelsos no tiene nada de extraño. Forma parte de la ideolo­gía monárquica y del lenguaje cortesano, como vimos al hablar de los Salmos. Por eso, no deben llamarnos la atención estos cuatro nombres, aunque las cualidades que expresan alcancen un grado portentoso y sobrehumano. Es lo que Israel (y todos los pueblos orientales) esperaban de su gobernante ideal, expresando sus ilusiones con un lenguaje y metáforas de origen mítico. En un rey humano deposita el profeta su esperanza de que gobierne al pueblo de modo admirable, lo defienda valientemente, lo acoja con afecto de padre, instaure una época de paz y bienestar.

Con estas cualidades portentosas, se explica que dilate su principado, restaurando las antiguas fronteras del imperio davídico; pero no a base de guerras y contiendas, sino *con una paz sin límites+. Consolidando y sosteniendo su reino con la justicia y el derecho. David y Salomón parecen reencarnarse en este nuevo rey. La fuerza y la inteligencia, la capacidad de iniciativa y el amor a la paz. Y, por si alguno duda de esta esperanza tan utópica, la frase final termina ofreciendo la garantía definitiva: "El celo del Señor lo realizará". De nuevo Dios se convierte en el gran protagonista de la historia, que conduce a buen puerto las ilusiones depositadas en el nuevo y joven rey.

Uso del texto en el Nuevo Testamento

Este texto del libro de Isaías, que se lee en una de las misas de Navidad, no tuvo para los primeros cristianos una importancia excesiva. El famoso verso 5 (*Un niño nos ha naci­do...+) ni siquiera lo citan. Lo que más llama la atención a los autores del Nuevo Testamento son los versos iniciales, que Mt 4,15-16 cita casi literalmente: "Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del Mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los Gentiles: el pueblo que estaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte una luz les brilló". Para el antiguo poeta, la luz se debe a la entronización del rey, que trae la liberación de los enemigos y el fin de la guerra. Para el primer evangelio, es Jesús con su actividad y su palabra quien trae la luz a aquellas regiones olvidadas. También Lucas usa parte de estos versos en el Benedictus: "Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc 1,78-79). La perspectiva se ha ampliado; quienes reciben la luz de Jesús no son sólo las regiones del norte, sino todo el pueblo de Israel; y, de acuerdo con el final del poema, menciona también el tema de la paz. La idea de que el cristiano pasa "de las tinieblas a la luz" (1 Pet 2,9), o de que Dios ha hecho brillar la luz en las tinieblas (2 Cor 4,6) es posible que también se inspire aquí.

En cuanto al v.6, quizá sea uno de los textos que tenga presente Lc 1,32s al decir que Dios le dará a Jesús el trono de David, su antepasado, y reinará eternamente en la casa de Jacob.

Es comprensible que se use tan poco este poema, porque la imagen que ofrece del protagonista tiene connotaciones muy políticas, y Jesús no satisfizo tales ilusiones. Siguieron las guerras, resonaron de nuevo las botas que pisan con estrépito, el reino de David no quedó consolidado. El esperado "príncipe de la paz" afirmó que no había venido a traer paz, sino espada; y no llamó bienaventurados a quienes disfrutan de paz, sino a quienes trabajan por la paz. Por eso, el texto fue poco utilizado y, además, espiritualizado, subrayando el aspecto de iluminación interior (Mt 4,15s; Lc 1,78s).


08. DEL MEMORIAL DE GUERRA AL LIBRO DE EMMANUEL



El "Memorial de la guerra siroefraimita" (Is 7,1-8,18) hablaba de un niño que llevaría el nombre de Emmanuel ("Dios con nosotros"). En un primer momento, a este niño no se le concedía una importancia excepcional, era simple referencia a la salvación de Dios. Sin embargo, con el paso del tiempo, este niño terminó convirtiéndose en un personaje extraordinario.

1. La dieta paradisíaca del niño (Is 7,15)

El primer paso en este proceso consistió en un breve añadido sobre su dieta paradisíaca. El oráculo de Isaías decía simplemente:
14 Mirad: la joven está encinta y dará a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emmanuel.
16 Porque antes que aprenda el niño a rechazar el mal y escoger el bien,
quedará abandonada la tierra de los dos reyes que te hacen temer
.
El oráculo consta de dos elementos muy simples: imposición del nombre y sentido de ese nombre (castigo de los dos reyes enemigos). Emmanuel, "Dios con nosotros", simboliza la protección divina.
Más tarde, rompiendo esa relación perfecta entre los dos elementos, se añadió el v.15, que habla de la dieta paradisíaca del niño:
15 Comerá requesón con miel, hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien.
Los comentaristas discrepan sobre el sentido de este alimento. Unos lo consideran símbolo de pobreza e indigencia, de una época austera y dura en la que crecerá el niño hasta que Dios traiga la derrota de los adversarios. Otros afirman que el requesón y la miel son alimentos paradisíacos. Gressmann, uno de los mayores defensores de esta teoría, aduce los siguientes argumentos:
a) en numerosos textos bíblicos la leche y la miel son símbolos de bendición divina. Palestina es "el país que mana leche y miel" (Ex 3,8.17; 13,15; 33,3 etc.); la miel es conside­rada como un alimento exquisito (Ex 16,13.19; Sal 19,11); la leche será uno de los alimentos principales en los últimos tiempos (Joel 4,18).
b) La mitología griega confirma esta idea: Zeus niño es alimentado en Creta con leche y miel; cuando Hermes lleva al pequeño Dionisio junto a Macris, ésta le humedece los resecos labios con miel; y Queirón alimenta al joven Aquiles con leche, tuétano y miel.
c) Incluso hoy, las madres árabes animan a sus niños prome­tiéndoles alimentarlos "con leche y miel" (Der Messias, 156-8).
A estos datos añade Wildberger otros de interés:
a) El frecuente uso de la miel y la leche en el culto babilonio.
b) Un himno de Lipitistar de Isin, en el que este rey se gloría, entre otras cosas, "de aumentar en los apriscos el requesón y la leche".
c) En los misterios de Mitra, el comer miel hace semejan­te a los dioses (Jesaja, 296).
En conjunto, son más fuertes los argumentos a favor de quienes ven en el requesón y miel un alimento paradisíaco. Con ello quiere indicarnos el autor del v.15 que se trata de un niño excepcional y vivirá en época de prosperidad.

El autor de estos retoques podía pensar en Josías, pero con ello abría el texto a interpretaciones más ambiciosas. De hecho, Emmanuel ha perdido en esta época la ambigüedad inicial (si es que la tuvo) y se ha convertido en un personaje salvífico, como lo advertimos en otros dos añadidos.
2. El añadido de 8,8b
El memorial de guerra amenazaba al pueblo de Judá con una invasión del ejército asirio, simbolizado por las aguas impetuosas del río Eufrates que "rebasan las orillas, desbordan las riberas, invaden Judá, lo inundan, crecen y alcanzan hasta el cuello".
Sin embargo, un autor posterior expresa su certeza de que Dios, como un águila inmensa, extenderá sus alas para proteger el territorio de Judá.
Y se desplegarán sus alas hasta cubrir la anchura de tu tierra,
¡oh Emanuel!
Ahora lo importante no es el nombre del niño, sino el niño mismo, al que profeta interpela.
3. El añadido de 8,9-10.

Inmeditamente después se añade otro oráculo, claramente inspirado en el de Isaías al rey Acaz.
Sabedlo, pueblos: seréis derrotados.
Escuchadlo, países lejanos:
armaos, que seréis derrotados;
armaos, que seréis derrotados.
Haced planes, que fracasarán;
pronunciad amenazas, que no se cumplirán,
porque tenemos a Dios-con-nosotros
El autor se inspira en los planes y amenazas de Resín y Pécaj, pero no habla ya de pueblos cercanos (Siria y Efraín), sino de "países lejanos". Es el mundo entero el que parece aliarse contra Judá. Pero, en medio del peligro, el profeta está seguro de la ayuda divina: "porque tenemos a Dios con nosotros". Este añadido también podría entenderse muy bien en tiempos de Josías, un rey que liberó a su pueblo del yugo asirio y que significó una presencia real de Dios ("Dios-con-nosotros"). Pero lo importante no es sólo lo que un texto dice, sino lo que puede llegar a decir para generaciones posteriores. Si el Emmanuel de Isaías había seguido creciendo y engrandeciendo su apariencia, no es raro que este proceso continuase.

4. La traducción de los LXX
Es lo que advertimos en la traducción de los LXX. El profeta había hablado de una "muchacha" que daba a luz un hijo. Se trataba probablemente de la esposa del rey o de la esposa del profeta. El texto griego no habla de una "muchacha", sino de una "virgen". ¿Qué pudo impulsar al traductor a este cambio tan importante? Probablemente, su entorno cultural. En el ambiente helenístico de Alejandría, igual que en otras culturas antiguas, incluso muy distantes, se hablaba de concepción virgi­nal para subrayar la importancia del personaje que nacería. Aunque el testimonio de Orígenes sea varios siglos posterior a la traducción de los LXX, refleja bien lo que entonces podía pensar­se sobre el asunto. Defendiendo el nacimiento virginal de Jesús, dice:


"¿Qué tiene de extraño que Dios, queriendo enviar a los hombres un doctor absolutamente divino y extraordinario haya querido participar, excepcionalmente, en su concepción, de modo que éste, al contrario que los demás hombres, no debie­se su vida a un hombre y a una mujer? Y ya que les hacemos tanto caso a los griegos, no carecerá de sentido que nos sirvamos de algunas historias griegas, con el fin de que no se diga que nosotros somos los únicos que admitimos la existencia de un acontecimiento tan extraño. Porque también hay autores que al hablar, no de viejos cuentos de los tiempos heroicos, sino de las cosas ocurridas hace unos días, no han tenido ninguna dificultad en escribir, como si fuese una cosa perfectamente posible, que Platón nació de Amfictione sin que Aristón hubiese contribuido para nada en ello. Habiéndole sido prohibido, además, que tocase a su mujer hasta que ella hubiese traido al mundo al niño que había concebido de Apolo. Aunque, en el fondo, no se trate más que de una fábula inventada para glorificar a un hombre cuya inteligencia y sabiduría hacían creer que tenía algo de sobrehumano. Era preciso afirmar también que los principios de su cuerpo eran mejores y más divinos que los del cuerpo de los demás hombres" (Contra Celso, I, 37).

En este ambiente, no tiene nada de raro que el traductor de los LXX, para subrayar el carácter excepcional de Emmanuel lo haga nacer de una virgen.

07. EL ENCUENTRO CON ACAZ (Is 7)



El capítulo 7 se abre con un momento de amenaza profunda para el país y para la dinastía davídica. El año 734 a.C., el rey de Siria, Resín, y el de Israel, Pécaj, se coaligan contra Judá. No sabemos los motivos exactos. Por disputas territoriales, o porque quieren obligar a Acaz a formar parte de una coalición antiasiria. En cualquier hipótesis, el proyecto de estos dos monarcas extranjeros es destituir a Acaz y poner en el trono a un personaje que no desciende de David, "el hijo de Tabeel". La promesa de la descendencia eterna corre grave peligro.

En estos momentos, Dios envía al profeta a entrevistarse con el rey, que se encuentra en la Alberca de Arriba, revisando las provisiones de agua con vistas al asedio. Lo que debe decir es lo siguiente:
¡Vigilancia y calma! No temas, no te acobardes, ante esos dos cabos de tizones humeantes. Aunque Siria trame tu ruina diciendo: 'Subamos contra Judá, sitiémosla, abramos brecha en ella y nombraremos rey en ella al hijo de Tabeel'. Así dice el Señor: 'No se cumplirá ni sucederá: Damasco es capital de Siria, y Rasín capitán de Damasco; Samaría es capital de Efraín, y el hijo de Romelías capitán de Samaría. Si no creéis, no subsistiréis' (7,4-9).
El lector moderno entiende el mensaje central. Pero se pierde en los motivos que aduce para justificar la calma. Sin embargo, para Acaz todo resulta claro. La fe judía se asienta en dos pilares: Jerusalén y la dinastía davídica, ambas elegidas por Dios. Frente a Jerusalén, capital de Judá, las capitales de Siria y Efraín (Damasco y Samaría) no pueden reivindicar una elección divina. Y los reyes de estos países no pueden competir con el descendiente de David, elegido por Dios. Por eso, sus proyectos "no se cumplirán".

Esto podría haberlo dicho el autor del Salmo 2: "¿Por qué se amotinan las naciones... y los príncipes conspiran juntos contra el Señor y contra su Ungido?". Pero Isaías añade algo nuevo: "si no creéis, no subsistiréis". Esto significa que el profeta no da un valor absoluto a la promesa de Natán. 2 Sam 7,16 cierra el oráculo divino con estas palabras categóricas: "Tu casa y tu reino durarán (ne'eman) por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre". Es una promesa incondicional, eterna, aunque los descendientes de David "se tuerzan" (v.14).

Isaías no comparte esta opinión. Para él, la subsistencia de la dinastía davídica depende de una condición: "Si no creéis (ta'amînû) no subsistiréis (te'amenû)" (7,9b). Este juego de palabras con el verbo 'aman es una referencia intencionada a 2 Sam 7,16, donde aparece el mismo verbo. Con ello pone en tela de juicio la tradición anterior. Acepta el compromiso inicial de Dios con la dinastía, pero niega que ese compromiso sea automático, incondicional. Es preciso que los sucesores de David demuestren confianza en la promesa, serenidad y calma en los momentos difíciles. De lo contrario, "no subsistiréis".

Un análisis detenido de los versos 4-9 (cosa que aquí no podemos presentar) demuestra que Isaías no pronuncia ante Acaz un oráculo de salvación. Anuncia la derrota de los enemigos. Lo que ocurra a Judá dependerá de que el rey adopte o no la postura requerida por Dios.

El oráculo de Emmanuel

Los versos siguientes dejan claro que Acaz no piensa de ese modo. Como garantía de su ayuda, Dios ordena al rey que pida un signo "en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo". Para comprender esta orden y los versos siguientes es preciso conocer los distintos sentidos del término "signo" ('ôt) en el Antiguo Testamento.

a) En muchos casos aparece como algo que recuerda al hombre su compromiso con otro hombre o con Dios; o a Dios su compromiso con el hombre. En este apartado entran el arco iris (Gn 9,12.17), el sábado (Ex 31,13.17), la circuncisión (Gn 17,11), la sangre (Ex 12,13), los ázimos (Ex 13,9), la ofrenda de los primogénitos (Ex 13,16), las doce piedras sacadas del Jordán (Jos 4,6).

b) En otras ocasiones tiene el sentido de prodigio, portento, algo que supera lo normal. Por ejemplo, el bastón de Moisés convertido en culebra (Ex 4,8), la plaga de tábanos (Ex 8,19), el fuego que devora la comida de Gedeón (Jue 6,17-22), el retroceso de la sombra diez grados en el reloj de sol de Ezequías (2 Re 20,8s = Is 38,7.22). Este sentido de prodigio es muy frecuente en plural ('otôt), sobre todo unido a mopetîm: "signos y prodigios", que se aplica a menudo a los portentos realizados por Yahvé para sacar a su pueblo de Egipto.

c) En ciertos casos, el signo se refiere a algo futuro que exige fe por parte de aquel a quien se le ofrece. Los ejemplos más interesantes son los de Ex 3,12; 2 Re 19,29 = Is 37,30; Jer 44,29. Humanamente, se trata de algo absurdo. Si los signos del segundo apartado sirven para confirmar la fe, éstos parece que sólo sirven para ponerla a prueba. Sólo un hombre de fe profunda puede aceptar un signo de este tipo.
¿A qué clase de signo se refiere Isaías inicialmente? Por la forma de expresarse ("en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo") parece evidente que al signo como portento o prodigio capaz de confirmar la fe en la promesa divina. Situaciones paralelas serían las de Gedeón y Ezequías.

Pero en este texto ocurre algo interesante. Es el único caso en el que Dios obliga a pedir un signo. En otras ocasiones es él quien lo ofrece, o el hombre quien lo pide por propia iniciativa. Esta obligación da un matiz nuevo al hecho. El signo se convierte en trampa para Acaz. ¿Qué ocurrirá si lo pide? ¿Qué, si no lo pide? Sabemos lo ocurrido en la segunda hipótesis. No creo que las cosas hubiesen ido mejor para Acaz en la primera. Isaías podría haberlo acusado de incredulidad, de falta de confianza. Acaz, lo olvidamos a menudo, se encuentra en un callejón sin salida. A ninguno de nosotros nos habría gustado encontrarnos en su lugar.

El rey opta por la solución que considera más adecuada ante Dios y el profeta: no pedir un signo para no tentar a Dios. De hecho, ninguna ley prohibe no pedir un signo. Y ningún texto del Antiguo Testamento dice que pedir un signo sea tentar a Dios. Pero Acaz teme que se interprete su postura como falta de fe. Por otra parte, estaba convencido de que Isaías no podía ofrecerle un signo más claro de victoria que el que él ya había buscado o estaba a punto de conseguir: el ejército asirio.

Sin embargo, no le sirve de nada refugiarse en una falsa piedad. Isaías lo acorrala con una acusación (v.13), a la que sigue el famoso oráculo de Emmanuel (vv.14-16):
14 Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal:
Mirad: la muchacha está encinta y dará a luz un hijo
y le pondrás por nombre Emmanuel.
16 Porque antes que el niño aprenda
a rechazar el mal y escoger el bien,
quedará abandonada la tierra
de los dos reyes que te hacen temer.
Decía Procksch que "sólo una exégesis totalmente ciega puede ver en estas palabras otra cosa que una amenaza para Acaz" (KAT IX, 121). Estamos tan acostumbrados a aplicar este texto al nacimiento de Jesús que nos cuesta trabajo entenderlo en su sentido original. Es preciso liberarse de prejuicios para comprender el mensaje de las palabras de Isaías.

El profeta emplea el género literario típico para anunciar un nacimiento (ver Gn 16,11ss; 17,19; 25,23; Jue 13,5; 1 Re 13,2s). Al hecho fundamental, que es la concepción y el nacimiento, se añade alguna vez el nombre, con o sin su interpretación (ver Gn 16,11s; 1 Re 13,2s). Sin embargo, estos motivos del nombre y su interpretación, que parecen secundarios, son los que adquieren más relieve en Isaías.

Por ello, sería equivocado centrar la importancia del pasaje en idSalvador Dalí, La virgen concebiráentificar a esa joven de la que habla. La tradición cristiana, capitaneada por San Mateo, dirá que es la Virgen María. Esta interpretación puede ser válida en una lectura posterior, pero no en el momento histórico del profeta. Nos encontramos en una crisis política muy grave, y lo que él promete es una solución pronta del problema, un niño que simbolizará la ayuda de Dios. Carece de sentido que Isaías anuncie algo para dentro de ocho siglos. Lo más probable es que se refiera a la esposa del profeta o a la del rey, aunque existen otras interpretaciones, algunas casi demenciales (una figura mitológica, una mujer que se hallaba presente, todas las mujeres judías embaraza¬das en aquel momento, una prostituta sagrada estéril, Sión).

Lo más importante es que esa joven dará a luz un niño y le pondrá por nombre Emmanuel (Dios con nosotros). ¿Qué sentido tiene el nombre? ¿Favorable, desfavorable o ambiguo? Las tres opiniones son defendidas con igual pasión por los comentaristas. Los partidarios del sentido favorable se basan en textos como Jos 1,9; Jue 6,12; Dt 20,4, donde se promete la compañía de Dios a un guerrero o al ejército. Decirle: "el Señor está contigo" es la mayor garantía de éxito. Del mismo modo, el nombre Emmanuel significaría confianza en la victoria sobre los enemigos.

Los defensores del sentido desfavorable aluden a la falta de fe de Acaz, a que los versos 14-17 contienen una amenaza y a que la presencia de Dios garantizada por ese nombre no significa necesariamente una presencia salvífica. Amós, que tanto influjo ejerció en Isaías, habla de una venida de Dios a su pueblo, de un hacerse presente, para enfrentarse a él y castigarlo (Am 4,12; 5,17). En este caso, el nombre del niño podría entenderse como amenaza o, al menos, como súplica en un momento difícil ("Dios esté con nosotros").

Los versos siguientes desarrollan ambos aspectos. Por eso, parece preferible mantener una postura ambigua. El v.16 pone de relieve el aspecto salvífico del nombre: derrota de la coalición enemiga en un plazo relativamente breve. En cambio, el v.17 desvela su sentido ominoso: sobre Acaz, sobre su pueblo, sobre su dinastía, vendrán días terribles. Quizá la frase se prestaba a dudas, y un glosador lo dejó completamente claro al decir lo que vendría: "el rey de Asiria" (estas palabras faltan inexplicablemente en la Nueva Biblia Española, en la Biblia del Peregrino y en la traducción de la Casa de la Biblia).

Resumiendo esta segunda escena: Acaz, al rechazar el signo prodigioso que le ofrece Dios, se ve enfrentado a un signo que requiere fe. Más aún, un signo que, en personas de poca fe, sólo sirve para fomentar la incredulidad. Porque es difícil admitir que un niño, lo más débil e indefenso, garantice la victoria de Dios y su presencia. Sin embargo, ese niño ya concebido y a punto de nacer, cuando reciba su nombre y vaya creciendo, se convertirá en amenaza para Acaz. El simple pasar de los días y los meses, la aproximación inevitable a ese momento en que aprenda a rechazar lo malo y elegir lo bueno, lo van convirtiendo en signo de la victoria de Dios sobre Damasco y Samaría. Pero entonces quedará claro que ese Dios presente en Judá podrá exigir cuentas al rey y al pueblo que no han creido en él. Emmanuel será entonces signo de cólera y anuncio de devastación.

06. ACTIVIDAD DURANTE EL REINADO DE ACAZ (734-727)


La situación de bienestar y confianza se vio amenazada en los últimos años de Yotán por los preparativos de Damasco y Samaria contra Jerusalén[i], que desembocarían más tarde, durante el reinado de Acaz, en la guerra siro‑efraimita[ii].
1. Principales datos de la guerra
Según la interpretación más frecuente, los acontecimientos podemos resumirlos en estos puntos:
1. El año 734, deseando liberarse del yugo asirio, los reyes de Damasco e Israel (Rasín y Pécaj) unen sus fuerzas y pretenden que Acaz de Judá se una a la coalición.
2. Acaz se niega a una aventura tan loca.
3. Rasín y Pécaj deciden conquistar Jerusalén, deponer a Acaz y nombrar rey al "hijo de Tabeel", personaje desconocido pero que sería partidario de la coalición antiasiria.
4. Ante la amenaza, Acaz de Judá pide la ayuda de Asiria.
5. El año 733 Tiglatpileser III ataca a Israel y se apodera de gran parte del territorio.
6. El año 732 ataca a Damasco.
2. La actitud de Isaías
La actitud de Isaías ante esta guerra (c.7-8)[iii] ha sido con frecuencia mal interpretada. Se afirma que se opuso a que Acaz pidiese ayuda a Tiglatpileser III de Asiria. Sin embargo, el profeta nunca menciona este hecho ni lo da por supuesto. A lo que Isaías se opone radicalmente es al temor del rey y del pueblo ante la amenaza enemiga. Es lo que se advierte leyendo atentamente el "memorial" del profeta que recoge sus principales intervenciones durante el conflicto.

3. El memorial de la guerra (Is 7,1-8,18)
La lectura atenta del texto revela una estructura muy cuidada.
INTRODUCCIÓN TEMOR DEL REY Y DEL PUEBLO
MENSAJE DE ISAÍAS AL REY 1. Fracaso de Damasco y Samaria, salvación condicionada de Judá
2. Castigo de Damasco, Samaria y Judá
MENSAJE DE ISAÍAS AL PUEBLO 1. Castigo de Damasco y Samaria
2. Castigo de Judá
FINAL1. Yahvé, único conspirador
2. Documento sellado
La estructura deja clara los principales protagonistas: de ellos comienza diciéndose que "el corazón de Acaz y del pueblo se agitó como se agitan los árboles del bosque" (7,2). A ellos se dirigirá Isaías, tratando los mismo temas: a) el fracaso y castigo de Damasco y Samaria; b) el destino de Judá, a la que se ofrece una salvación condicionada, pero que terminará también en castigo. El memorial de Isaías sufrió numerosos retoques y añadidos; dejo algunas notas explicativas (poniéndolas en letra pequeña entre paréntesis cuadrados) pero omito varios oráculos que considero más tardíos.
I. INTRODUCCIÓN: TEMOR DEL REY Y DEL PUEBLO A LA CONSPIRACIÓN (7,1-2)


Reinaba en Judá Acaz, hijo de Yotán, hijo de Ozías. Rasín, rey de Damasco, y Pécaj, hijo de Romelías, rey de Israel, subieron a Jerusalén para atacarla [pero no lograron conquistarla]. Llegó la noticia al heredero de David: "Los sirios acampan en Efraín". Y se agitó su corazón y el del pueblo como se agitan los árboles del bosque con el viento.
II. MENSAJE DE ISAÍAS AL REY

1. Fracaso de Damasco y Samaria,
salvación condicionada de Judá (7,3-9)
Entonces el Señor dijo a Isaías:
‑Sal al encuentro de Acaz, con tu hijo Shear Yashub, hacia el extremo del canal de la Alberca de Arriba, junto a la calzada del campo del Batanero, y le dirás: ¡Vigilancia y calma! No temas, no te acobardes, ante esos dos cabos de tizones humeantes
[Rasín con sus sirios y el hijo de Romelías]. Aunque Siria trame tu ruina diciendo: "Subamos contra Judá, sitiémosla, abramos brecha en ella y nombraremos en ella rey al hijo de Tabeel", así dice el Señor: "No se cumplirá ni sucederá: Damasco es capital de Siria, y Rasín, capitán de Damasco; Samaría es capital de Efraín, y el hijo de Romelías, capitán de Samaría. [Dentro de sesenta y cinco años, Efraín, dejará de ser pueblo]. Si no creéis, no subsistiréis.
Según Isaías, la actitud del rey debe ser de vigilancia y calma, sin dejarse arrastrar por el miedo ("no temas, no te acobardes"). Los planes enemigos de conquistar Jerusalén y deponer a Acaz "no se cumplirán". ¿Dónde basa Isaías su certeza? En las dos tradiciones judías fundamentales: la elección divina de Jerusalén y la elección divina de la dinastía davídica. Frente a Jerusalén, ciudad de Dios, Damasco y Samaria no representan nada; y frende al descendiente de David, Rasín y el hijo de Romelías tampoco valen nada. Sin embargo, aunque el fracaso de Damasco y Samaria es claro, la salvación de Judá y de la dinastía está condicionada a la fe: "si no creéis, no subsistiréis". ¿Tendrá esta fe el rey Acaz?

2. Castigo de Damasco, Samaria y Judá (7,10-19)

El Señor volvió a hablar a Acaz:
‑Pide una señal al Señor, tu Dios; en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.
Respondió Acaz:
‑No la pido, no quiero tentar al Señor.
Entonces dijo Dios:
‑Escucha, heredero de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.
[Comerá requesón con miel, hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien.] Porque antes que aprenda el niño a rechazar el mal y escoger el bien, quedará abandonada la tierra de los dos reyes que te hacen temer. Pero el Señor hará venir sobre ti, sobre tu pueblo, sobre tu dinastía días como no se conocieron desde que Efraín se separó de Judá.
Este es el pasaje más conocido del libro del Emmanuel. En el apartado siguiente veremos con más detalle la profecía de Emmanuel. Ahora limitémonos a subrayar la ambivalencia del nombre y del personaje: "Dios con nosotros" puede ser motivo de alegría, pero la presencia de Dios se puede interpretar también como una seria amenaza. Los dos aspectos parecen quedar claros: por una parte, Emmanuel anuncia la derrota de los dos reyes enemigos; por otra, la falta de fe de Acaz provocará un duro castigo del rey, del pueblo y de la dinastía.
III. MENSAJE DE ISAÍAS AL PUEBLO


1. Castigo de Damasco y Samaria (8,1-4)


El Señor me dijo: ‑Toma una tabla grande, y escribe con caracteres ordinarios: "Pronto‑al‑saqueo, Presto‑al‑botín".
Entonces yo tomé dos testigos fieles: Urías, sacerdote, y Zacarías, hijo de Baraquías. Me llegué a la profetisa; ella concibió y dio a luz un hijo.
El Señor me dijo: ‑Ponle por nombre "Pronto‑al‑saqueo, Presto‑al‑botín". Porque antes que el niño aprenda a decir "papá, mamá", las riquezas de Damasco y el despojo de Samaría serán llevadas a presencia del rey de Asiria.
La acción simbólica se desarrolla en cuatro pasos:
1. Dios ordena al profeta escribir unas palabras misteriosas en una tabla: ¿quién o qué será pronto saqueado? ¿Quién o qué se convertirá pronto en botín?
2. El profeta, sin saber de qué se trata, cumple la orden ante dos testigos de confianza.
3. La esposa del profeta queda embarazada y da a luz.
4. En ese momento, Dios ordena al profeta nombrar al nuevo hijo con las palabras misteriorsas, al tiempo que le desvela su secreto: Damasco y Samaria se convertirán en botín de guerra. Ya dijimos que esto ocurrió en las campañas realizadas por Tiglatpileser III en los años 733 (contra Samaria) y 732 (contra Damasco).

2. Castigo de Judá (8,5-6)
El Señor volvió a dirigirme la palabra:
Ya que ese pueblo ha despreciado el agua de Siloé, que corre mansa,
por la arrogancia de Rasín y del hijo de Romelías,
sabed que el Señor hará que los sumerjan las aguas del Eufrates,
torrenciales e impetuosas:
[el rey de Asiria, con todo su ejército]
rebasan las orillas, desbordan las riberas,
invaden Judá, lo inundan,
crecen y alcanzan hasta el cuello.
IV. FINAL

1. Yahvé, único conspirador (8,11-15)
Así me dijo el Señor, mientras su mano me agarraba y me amonestaba para que no siguiera el camino de este pueblo:
‑No llaméis conspiración a lo que ese pueblo llama conspiración,
no os aterre ni os atemorice lo que él teme;
al Señor de los ejércitos llamaréis Santo,
él sea vuestro temor; él sea vuestro terror,
él será piedra para tropezar y roca para despeñarse
para las dos casas de Israel,
será lazo y trampa para los habitantes de Jerusalén:
muchos tropezarán en ella, caerán, se destrozarán,
se enredarán y quedarán atrapados.

2. Documento sellado (8,16-18)

Guardo selladas las instrucciones que garantizan mis discípulos,
y aguardo al Señor, que oculta su rostro a la casa de Jacob,
y espero en él.
Aquí estoy yo con mis hijos ‑los que me dio el Señor‑
como signos y presagios para Israel de parte del Señor de los ejércitos,
que habita en el Monte Sión.

RESUMEN
Isaías había comenzado pidiendo al rey: "No temas, no te acobardes" (7,4). Al final de estos oráculos vuelve a insistir en la idea del temor (8,12-13). En definitiva, para Isaías la alternativa no radica entre "creer" y "pedir auxilio", sino entre "creer" y "temer". ¿Por qué rechaza de modo tan enérgico el temor? Porque supone desconfiar de Dios, que se ha comprometido con Jerusalén y con la dinastía davídica. Supone dar más importancia a los planes de Rasín y de Pecaj ("dos cabos de tizones humeantes") que a las promesas de Dios. Supone desconfiar de que Dios esté con su pueblo. Frente a esta postura, Isaías defiende, no una actitud quietista, como se ha dicho a veces, sino una política basada en la fe.
Humanamente se trata de algo muy duro. Porque esa presencia de Dios entre su pueblo se manifiesta de forma suave y mansa, como el agua de Siloé (8,6); se significa con el nacimiento de un ser tan débil como un niño (7,14). Poca cosa para alejar el temor. Pero no cabe otra alternativa: "si no creéis, no subsistiréis" (7,9). Y así se comprende la extraña sucesión de promesas y amenazas que encontramos en estos capítulos 7-8. Dios, que se ha comprometido con su pueblo, decide la ruina de Damasco y Samaria (7,7.16; 8,4; quizá 8,9-10). Pero, al chocar con la falta de fe, anuncia también un castigo (7,15-25; 8,5-8). El mensaje de Isaías en esta época oscila entre los dos polos, a veces con un equilibrio casi perfecto entre salvación y condena.
Quizá la clave para interpretar estas afirmaciones aparentemente contradictorias se halle en 8,18: "Yo con mis hijos, los que me dio el Señor, seremos signos y presagios para Israel, como testimonio e instrucción". Aquí entra en juego el valor de los nombres simbólicos. Isaías significa "Dios salva"; Shear Yashub, "Un resto volverá"; Maher Shalal Haz Baz, "Pronto al saqueo, presto al botín". Este último nombre se refiere sin duda al castigo de Damasco y Samaria (cf. 8,1-4). Shear Yashub hace referencia a un castigo purificador de Judá, a un "resto" (no todo el pueblo) que se salvará y volverá al Señor. Isaías significa, por encima del castigo y de la purificación, el compromiso eterno de Dios con su pueblo.
Nos hemos limitado a esbozar el mensaje de Isaías durante la guerra. En cuanto a la sucesión cronológica de los oráculos, se admite generalmente que los cc.7-8 conservan bastante bien el orden. A la intervención del profeta dirigida al rey (7,1-17)[iv] seguiría la acción simbólica de 8,1-4 y la amenaza de 8,5-7(8). Resulta difícil datar 8,9-10, que Wildberger sitúa al comienzo de las hostilidades, e incluso antes del encuentro con Acaz. Tras el fracaso de su misión, el profeta tiene la experiencia reflejada en 8,11-15, que le lleva a sellar el testimonio (8,16-18)[v].
En cualquier caso, parece que Isaías guardó silencio en los años posteriores, hasta la muerte de Acaz.

NOTAS

[i]. Según Vogt habría que situar en este contexto Is 17,1-6.
[ii]. Y. Gitai, "Isaiah and the Syro-Ephraimite War", en J. Vermeylen (ed.), The Book of Isaiah, BETL LXXXI (Lovaina 1989) 217-30; M. E. W. Thompson, Situation and Theology. Old Testament Interpretations of the Syro-Ephraimite War (Sheffield 1982).
[iii]. Me atengo a los capítulos que proceden indiscutiblemente de esta época. Según Roberts, 2,2-22 fue compuesto por Isaías durante la guerra, dirigiéndose al Reino Norte; pretende tranquilizar a Judá frente a la amenaza enemiga desde la perspectiva de la tradición de Sión. Cf. J. J. Roberts, "Isaiah 2 and the Prophet's Message": JQR 75 (1985) 290-308.
[iv]. Acompañada quizá de las amenazas 7,18-25, aunque algunos versos parecen posteriores.
[v]. De acuerdo con ciertos comentaristas, Isaías habría prometido al Reino Norte la liberación y el consuelo después de que Tiglatpileser lo invadiese (Is 8,23b-9,6), aprovechando la ocasión del nacimiento o de la entronización de Ezequías. Pienso que este precioso texto no es isaiano, sino un siglo posterior al profeta, de la época de Josías.

05. DISPOSICIÓN DE LOS CAPÍTULOS 1-5 DE ISAÍAS

En el apartado anterior hemos dicho que el mensaje de la primera época de Isaías se conserva básicamente en los capítulos 1-5 del libro. Sin embargo, esos capítulos contienen también oráculos de otras épocas y autores, generalmente muy difíciles de datar con seguridad. Pero conviene advertir cómo han organizado el material los redactores finales del libro: han ido alternando oráculos de condena y oráculos de salvación. De ese modo, el lector (o los oyentes en el futuro culto sinagogal) podían terminar siempre con una impresión positiva y esperanzadora: la última palabra de Dios no era el castigo sino la salvación.

ALTERNANCIA CONDENA-SALVACIÓN EN ISAÍAS 1-5
ORÁCULOS DE CONDENA1,2-31
ORÁCULOS DE SALVACIÓN2,1-5
ORÁCULOS DE CONDENA2,6-4,1
ORÁCULOS DE SALVACIÓN4,2-6
ORÁCULOS DE CONDENA5,1-30

04. ACTIVIDAD PROFÉTICA (740-734)

Los recopiladores y editores del libro de Isaías no se molestaron en ordenar el material cronológicamente ni en distinguir entre oráculos auténticos e inauténticos. De este modo, reconstruir la actividad profética de Isaías es una aventura apasionantes, pero en muchos casos poco segura[1]. Por ejemplo, dos famosos textos "mesiánicos" (9,1-6; 11,1-9) se duda que sean del profeta; y, entre los defensores de la autenticidad, unos los fechan en el año 732 y otros después del 701. Los resultados son muy distintos según nos atengamos a una u otra de estas tres hipótesis. De todas formas, creemos que la tarea merece la pena, porque pone de relieve el carácter concreto e histórico de la palabra de Dios y de la actividad de Isaías. A lo largo de estas páginas procuraremos dejar claro qué datos son seguros y cuáles meramente probables.
Dividiremos la actividad de Isaías en cuatro períodos, coincidentes en líneas generales con los reinados en que vivió[2]: Yotán, Acaz, minoría y mayoría de edad de Ezequías[3].

Resumen de su mensaje en esta época

Lo que más preocupa a Isaías durante estos primeros años es la situación social y religiosa. Constata numerosas injusticias, las arbitrariedades de los jueces, la corrupción de las autoridades, la codicia de los latifundistas, la opresión de los gobernantes. Todo esto pretenden enmascararlo con una falsa piedad y abundantes prácticas religiosas (1,10‑20). Pero Isaías reacciona de forma enérgica. Jerusalén ha dejado de ser la esposa fiel para convertirse en una prostituta (1,21‑26); la viña cuidada por Dios sólo produce frutos amargos (5,1‑7).
Por otra parte, el lujo y el bienestar han provocado el orgullo en ciertos sectores del pueblo[4]. A veces se manifiesta de forma superficial e infantil, como en el caso de las mujeres (3,16-24), pero en ocasiones lleva a un olvido real y absoluto de Dios, como si Él careciese de importancia en comparación con el hombre. A esto responde el profeta con el magnífico poema 2,6-22, en el que se observa el impacto tan grande que le produjo la experiencia de la santidad de Dios, tal como la cuenta el c.6.
Resulta difícil sintetizar la postura de Isaías ante esta problemática tan variada. Predomina la denuncia, el sacudir la conciencia de sus oyentes, haciéndoles caer en la cuenta de que su situación no es tan buena como piensan. Como consecuencia de ello, desarrolla ampliamente el tema del castigo (2,6-22; 3,1-9; 5,26-29 etc.). Pero con esto no reflejamos exactamente la actitud de Isaías en estos años. Su principal interés radica en que el hombre se convierta (1,16-17; 9,12), practique la justicia, se muestre humilde ante Dios. Su deseo profundo no es que Jerusalén quede arrasada, sino que vuelva a ser una ciudad "fiel". Denuncia del pecado y anuncio del castigo están subordinados a este cambio profundo en el pueblo de Dios.

Comentario a textos selectos


1. La justicia por delante del culto (1,10-17)
Las afirmaciones de Isaías sobre este tema parecen muy inspiradas en Amós, con la única diferencia de que Isaías hace una enumeración exhaustiva de todas las prácticas cultuales con las que el hombre busca inútilmente llegar a Dios[5]:

10 Oíd la palabra del Señor, autoridades de Sodoma,
escuchad la enseñanza de nuestro Dios,
gente importante de Gomorra.
11 ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios?
-dice el Señor-.
Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones.
La sangre de novillos, corderos y machos cabríos no me agrada.
12 Cuando entráis a visitarme (...?)[6]
¿quién os pide esto al pisar mis atrios?
13 No me traigáis más dones vacíos,
el incienso me resulta execrable.
Novilunios, sábados, asambleas...
no soporto iniquidad y festividad.
14 Vuestras solemnidades y fiestas las detesto;
se me han vuelto una carga que no soporto más.
15 Cuando extendéis las manos, cierro los ojos;
aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé.
Vuestras manos están manchadas de sangre.
16 Lavaos, purificaos,
apartad de mi vista vuestras malas acciones,
17 cesad de obrar mal, aprended a obrar bien.
Preocupaos por el derecho, enderezad al oprimido,
defended al huérfano, proteged a la viuda+ (Is 1,10-17).

La mención inicial de Sodoma y Gomorra subraya el pecado de Jerusalén y deja clara la posibilidad de un castigo divino. Pero Isaías no ve la corrupción de la capital en la línea sexual de aquellas dos ciudad (Gn 19). Si se hubiese expresado así habría encontrado la aprobación de muchos de sus oyentes. Él se fija en algo distinto, desconcertante para un israelita piadoso. Jerusalén está pervertida, no por sus desviaciones sexuales, sino por las desviaciones cultuales.
Los versos 11-15 contienen una crítica de los sacrificios de comunión, que intentan fomentar la unión con la divinidad repartiendo la víctima entre Dios, el sacerdote y el oferente; de los holocaustos, que suponían el máximo desprendimiento, ya que toda la víctima se quemaba, después de derramar la sangre sobre el altar; de las ofrendas vegetales, que sólo se ofrecían en casos especiales y la mayoría de las veces eran el complemento de un sacrificio sangriento; del incienso, enormemente costoso; de los novilunios, sábados y asambleas; de las grandes fiestas anuales e incluso de las oraciones.
Dios no puede reprochar en este caso desinterés por el culto. No ocurre aquí como más tarde, en tiempos de Malaquías, cuando se ofrecen al Señor "víctimas robadas, cojas y enfermas" (Mal 1,13). Más bien impresiona la abundancia y calidad de los animales: carneros, cebones, novillos, corderos, machos cabríos. Es una inundación de carne, grasa y sangre, que desborda los altares y los quemaderos del templo, con humo que se mezcla al olor del incienso y reuniones multitudinarias de fieles que alzan sus manos y multiplican las plegarias. El cuadro dibujado por Isaías, fundiendo en una sola imagen elementos dispares, provoca una sensación de agobio, casi de náusea. Y no sólo para nuestra sensibilidad de hombres modernos. También a Dios le repugna.
Y a esta abundancia creciente de ofrendas corresponde un rechazo creciente por parte de Dios: "¿qué me importan?", "estoy harto", "no me agrada". Rechazo que continúa en aumento al decir que no pide dones cuando vienen a visitarlo; al considerar el incienso como algo execrable, al indicar que las fiestas y solemnidades las detesta y le resultan insoportables, al cerrar los ojos y oídos ante las oraciones.
Todo el sistema cultual queda en entredicho tras esta enumeración, la más exhaustiva que encontramos en un texto profético. Dejemos para más adelante la cuestión de si Isaías critica el culto por sistema o sólo por la forma en que se lleva a cabo. Lo cierto es que estos versos terminan con la acusación de que "vuestras manos están manchadas de sangre" (15b). Después de ello cabría esperar una condena a muerte de los culpables. Pero lo que sigue es una exhortación, con nueve imperativos que avanzan cada vez más en sus exigencias. Los dos primeros ("lavaos, purificaos") piden lo imprescindible, dadas las circunstancias. Pero no se trata sólo de cubrir las apariencias. Hay que cambiar radicalmente el comportamiento y la actitud ante la vida. Los cuatro imperativos siguientes se agrupan en binas, que pasan de la desaparición de lo negativo ("apartad de mi vista vuestras malas acciones", "cesad de obrar el mal") a la implantación de lo positivo ("aprended a obrar el bien", "preocupaos por el derecho"). Son frases que corren el peligro de perderse en vaguedades. Por eso los tres últimos imperativos concretan sus exigencias. El "bien" y el "derecho", abstractos a primera vista, se realizan en la preocupación por las personas más débiles: "enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda".
Aparecen aquí, por vez primera, las dos clases de personas que más preocuparán a Isaías: huérfanos y viudas (1,23; 10,2). No es este profeta el primero en interesarse por su trágico destino. Antes de él lo hicieron otros en el Antiguo Oriente y en Israel. La ley del Código de la Alianza: "No explotarás a viudas ni huérfanos" (Ex 22,21) es anterior a Isaías. Quizá también la maldición contenida en el llamado Dodecálogo siquemita: "Maldito quien defraude su derecho al emigrante, al huérfano y a la viuda" (Dt 27,19). Pero no podemos interpretar a Isaías a partir de estas prescripciones. El profeta no se limita a lo que no se debe hacer. El va más adelante, se expresa de forma positiva. Pretende que imitemos la conducta de Dios, que "hace justicia al huérfano y a la viuda" (Dt 10,18), es "padre de huérfanos, defensor de viudas" (Sal 68,6), "sustenta al huérfano y a la viuda" (Sal 146,9). El hombre, a través del culto, intenta agradar a la divinidad, reconoce el puesto capital de Dios en su vida. Isaías recuerda que no hay mejor forma de agradar a Dios que la de interesarse por las personas que él más ama.
Pero este texto de Isaías, aparentemente tan radical y exhaustivo, es quizá más moderado que otros de Amós, Oseas y Miqueas. Porque Isaías no parece condenar el culto en cuanto tal, sino el culto practicado por unas personas que "tienen las manos manchadas de sangre" (v.15), gente que quiere unir "festividad e iniquidad" (v.13). Esta interpretación parece corroborada por la insistencia con que habla el profeta de vuestros sacrificios, vuestras fiestas, vuestros novilunios, vuestras solemnidades, vuestras oraciones. Lo que irrita a Dios no es el culto en cuanto tal, sino las personas que lo llevan a cabo.


2. La traición de la Ciudad Fiel (1,21-27)
¡Cómo se ha vuelto una ramera la Villa Fiel!
Antes llena de derecho, morada de justicia,
y ahora de asesinos.
Tu plata se ha vuelto escoria, tu cerveza está aguada;
tus jefes son bandidos, socios de ladrones,
todos amigos de sobornos, en busca de regalos.
No defienden al huérfano,
no se encargan de la causa de la viuda.
Oráculo del Señor de los ejércitos, el héroe de Israel:
Tomaré satisfacción de mis adversarios,
venganza de mis enemigos.
Volveré mi mano contra ti:
te limpiaré de escoria con potasa,
separaré de ti la ganga.
Te daré jueces como los antiguos,
consejeros como los de antaño.
Entonces te llamarás Ciudad Justa, Villa Fiel (1,21-26).

El diagnóstico de Isaías se asemeja al que muchos contemporáneos emiten sobre nuestra sociedad. Vivimos en un mundo que ha traicionado y abandonado a Dios, infiel, falso. Pero los motivos son distintos. ¿En qué pensamos nosotros al decir que el mundo ha abandonado a Dios, ha perdido la fe, etc.? ¿En iglesias vacías? ¿En poco interés por la doctrina tradicional? ¿Inmoralidad? ¿Qué tipo de inmoralidad?
Para Isaías, Jerusalén ha traicionado a Dios porque ha traicionado a los pobres. Y esta traición la han llevado a cabo las autoridades ("tus jefes"), que se encuentran ante dos grupos sociales: los ricos, que se han enriquecido robando (estamos ante un caso manifiesto de demagogia profética) y los pobres, representados por los seres más débiles de la sociedad, huérfanos y viudas. Los primeros pueden ofrecer dinero antes de que se trate su problema, y recompensar con regalos los servicios prestados. Los segundos no pueden ofrecer nada; sólo pueden pedir que se les escuche. Ante esta diferencia, las autoridades se asocian con los ricos/ladrones.
Comparada con la visión que tiene Amós de Samaria, la de Isaías es más compleja e interesante. Habla de quienes acumulan tesoros robando; en esto coincide con Amós. Pero detecta una causa profunda: los ricos puede robar porque las autoridades se lo permiten. Y éstas lo permiten porque están dominadas por el afán de lucro. Con ello se convierten en "rebeldes"; traicionan su profesión, traicionan a los pobres y traicionan a Dios. Por eso, la solución deberá venir en una línea institucional, eliminando a esas autoridades y nombrando en Jerusalén "jueces como los antiguos, consejeros como los de antaño".
Como indicaba antes, este texto es un caso típico de demagogia profética. ¿Acaso eran ladrones todos los ricos de Jerusalén? ¿Estaban corrompidas todas las autoridades? También hoy existen personas que simplifican los problemas, se expresan de forma demagógica y pecan de injustas en sus afirmaciones. Por eso las rechazamos con tranquilidad de conciencia. Al mismo tiempo, afirmamos que Isaías es un gran profeta, incluso el mayor de todos. Consideramos sus palabras "palabra de Dios". Esto revela nuestra profunda hipocresía. Despreciamos a los profetas actuales y ponemos flores en las tumbas de los antiguos profetas. Sería más honrado no prestar atención a ninguno de ellos.
3. Contra el orgullo humano (2,6-22)
4. Contra la vanidad de las mujeres de Jerusalén (3,16-26)
5. Canción de la viña (5,1-7)
6. Sección de los "ayes" (5,8-24)
7. Amenaza de la invasión asiria (5,26-30)




NOTAS


[1]. Más optimistas se muestran J. H. Hayes / S. A. Irvine, Isaiah the eight-century Prophet: his time and his preaching (Nashville 1987), que atribuyen casi todo lo contenido en los capítulos 1-32 al profeta Isaías y creen que el material se encuentra en orden cronológico, aunque habría que trasladar los cc.28-33 después del 18.
[2]. J. Milgrom, "Did Isaiah prophesy during the reign of Uzziah?": VT 14 (1964) 164-82 sitúa en el reinado de Ozías el gran bloque inicial 1,10-6,13, suponiendo un orden cronológico de los capítulos. Isaías pasa de profeta de esperanza, que anima a la conversión, a profeta de condenación. Naturalmente, el c.6 no es en este caso visión inagural sino que cierra una época. Milgrom aduce argumentos históricos (paz, prosperidad, preparación militar, programa agrícola, terremoto), ideológicos y literarios (el templo, el rey, el enemigo, el arrepentimiento). Ninguno de ellos resulta decisivo.
[3]. Sigo básicamente unos apuntes multicopiados de E. Vogt, completándolos en muchos casos. La reconstrucción que ofrezco puede compararse con las de A. Feuillet, en Études d'exégèse, 35-67; P. Auvray, Isaïe 1-39, 23-29; E. Testa, Il Messaggio della salvezza IV (Turín 1977) 377-406; G. Fohrer, Die Propheten des Alten Testaments 1 (Gütersloh 1974) 96-164; O. García de la Fuente, "La cronología de los reyes de Judá y la interpretación de algunos oráculos de Is 1-39": EstBíb 31 (1972) 275-91.
[4]. G. Pettinato, "Is 2,7 e il culto del sole in Giuda nel sec. VIII av. Cr.": OrAnt 4 (1965) 1-30 niega que la época de Yotán fuese de prosperidad económica. Sus argumentos resultan poco convincentes. Véase J. L. Sicre, "Con los pobres de la tierra", 192s, especialmente nota 8.
[5].Sobre la traducción y para un comentario más amplio, cf. J. L. Sicre, "Con los pobres de la tierra", 195-203.
[6].Parece que se ha perdido algo así como "cargados de dones" (Wildberger).